FOTO ARRIBA: Aquella imagen de Nuestra Señora presidiendo aquellas escaleras de acceso al laboratorio, clases y biblioteca. Cuantos suspiros ha presenciado nuestra Mama.

 

FOTO ARRIBA: Aunque esta foto no se situa entre 1974 y 1982 me encanta porque se puede observar una gran similitud con las romerías del mes de mayo que se hicieron en la década ochentera.

Comentarios: 3
  • #3

    J.C. (martes, 31 marzo 2015 02:20)

    https://www.youtube.com/watch?v=APjQ7VKKzSs

    "Cuántas veces siendo niño te recé,
    con mis besos te decía que te amaba.
    Poco a poco con el tiempo, olvidándome de Ti,
    por caminos que se alejan me perdí.

    Hoy he vuelto, Madre, a recordar
    cuántas cosas dije ante tu altar,
    y al rezarte puedo comprender
    que una Madre no se cansa de esperar."

  • #2

    J.C. (martes, 31 marzo 2015 02:18)


    (2ª parte, del comentario anterior)

    ¡María, María, María, María…! Simplemente repetir esa palabra es una fuente de vitaminas para el espíritu, un manantial de agua fresca para el alma. Nuestro cuerpo y alma se ennoblecen al pronunciar los labios el Dulce Nombre. Por eso, el Rosario, hay mucha gente que no lo entiende, eso de repetir oraciones durante media hora, en el que nadie es capaz de pensar cada palabra que dice al rezar y donde nos distraemos inevitablemente. Y es que el rosario no es para pensar en lo que se dice, es para decirlo, igual que el niño pequeñito se abraza a su madre y está un buen rato diciéndole: te quiero, te quiero, te quiero, hasta que deja de pensar en lo que dice pero sabe que lo está diciendo, o simplemente abrazado a ella, porque las caricias son palabras que madre e hijo entienden. Rezar el Rosario es acariciar y dejarse acariciar, es recargar la batería del alma, o "ponerle saldo", aunque no sintamos un gusto especial, pero sabemos que estamos conectados, que estamos cargando las pilas, y eso nos vale. Es de las cosas más altas que podemos hacer en la vida: rezar el Santo Rosario. Rezándolo cada día, las cosas cambian en tu vida, sí o sí, de pocas cosas se puede estar tan seguro como de eso.

    La Virgen es un misterio en sí misma, no conocemos sus glorias y maravillas más que muy por encima. Es la madre que Dios ha querido para sí. Como dice San Luis María Grignon de Montfor: "María es digna madre de Dios. ¡Enmudezca aquí toda lengua!". María es el Sagrario donde se recoge la Santísima Trinidad en el Cielo, su casa, su intimidad inalcanzable e inimaginable ni aun por los que están ya en la morada celestial. Los efluvios del Amor entre Dios y la Santísima Virgen, que tienen lugar ahí dentro, son algo reservado sólo para Él y para Ella, ahí nadie puede entrar. Por eso, las maravillas de la Virgen María están ocultas, nadie las conoce sino Dios: tenemos idea de algunas, no de todas, y de las que sabemos no conocemos hasta donde llega su intensidad, profundidad y riqueza. Por eso, por mucho que se alabe a la Virgen, siempre nos quedaremos cortos. Cuanto más se dice de María, más queda por decir; es un pozo que cuanta más agua sacas, más lleno está. Entre las cosas de las que seguro que no nos arrepentiremos en nuestro lecho de muerte, es de haber alabado a la Virgen, de los rosarios que hayamos rezado.

    Y por eso, al que se ha apartado algo de la religión, o incluso el que haya dejado de creer (que da igual que no crea en Dios, porque Dios sí que cree en Él, y no desaparece por dejar de creer), que se aparte lo que quiera del camino pero que no se olvide jamás de rezar las tres avemarías cada noche, que son prenda de salvación eterna. Porque cuando muramos y nos enfrentemos al juicio de Dios, tendremos como abogada a la Virgen (¡menudo juicio facilón, donde la abogada es la madre del juez!). Ya tenemos que ser unos auténticos monstruos para que si tenemos confianza en la Virgen, nos quedemos fuera de la salvación. El peor pecador del mundo, si se encomienda de corazón a María, ya tiene hecho todo, su Madre se encargará de lo demás. Derivando la conocida frase de San Agustín, se puede decir que "Reza a María y haz lo que quieras".

    Así que lo mejor que se puede ser en la vida es Marista de corazón. Y si cuando subamos al Cielo, San Pedro nos pregunta quiénes somos al tocar a la puerta, digámosle: _¡Soy Marista! _¿Cómo dices? _Que soy Marista, Pedro, que soy el hijo de la Señora que está ahí dentro. ¿Ves esa que está en el trono coronada de estrellas, esa que todos los ángeles se arrodillan ante ella para venerarla, no como diosa sino como Hija, Madre y Esposa queridísima de Dios? Pues esa es mi madre, así que ya estás tardando en abrirme, Pedro, porque tengo derechos de hijo". Y pasaremos inmediatamente, escoltados por ángeles, para abrazar a nuestra Buena Madre, la cual nos conducirá hasta Dios y hasta nuestros seres queridos, los cuales viven todos dentro del corazón tiernísimo de nuestro Creador.

  • #1

    J.C. (martes, 31 marzo 2015 02:01)

    ¡MARISTAS!… El nombre, de tan repetido, le hace perder el recuerdo de la raíz de la que viene, y nos hemos olvidado lo que estamos diciendo al llamarnos así. Maristas es ser de María, ser de los de María. ¡Ahí es nada! ¿Se puede ser algo mejor en esta vida? ¡Somos del partido de María! ¡Somos Maristas!

    Los comentarios que escriba en esta sección no van a ser de recuerdos del pasado, sino de vivencias muy presentes, porque María estuvo allí, cuando se tomaron esas fotografías, sí, pero también la tenemos ahora con nosotros y la tendremos por siempre a nuestro lado. Y cuanto más apartados de Dios estemos, cuanto más nos hayamos olvidado de las oraciones de la infancia, cuando nuestra fe haya naufragado, nuestra Buena Madre (como la llamaba San Marcelino Champagnat) estará a nuestro lado, incluso más que al lado de los santos, porque las madres atienden más al hijo enfermo y se preocupan más por el hijo díscolo, incluso se podría decir que lo aman más. Paradójicamente nunca estamos más cerca de María que cuando pecamos, que cuando no cumplimos con nuestro deber, porque cuanto más nos alejamos de Ella, más se aproxima Ella a nosotros porque la necesitamos. El pecado es un grito inaudible que lanza un "¡Mamá, ven!" a las alturas.

    Estemos orgullosos de que la Providencia nos haya hecho estudiar en un colegio con este precioso nombre. No somos de los calasancios, ni de los salesianos, ni de los agustinos, ni de los franciscanos, ni de las teresianas, que todo eso está muy bien, pero no vamos a comparar que nuestra insignia sea San José de Calasanz, San Juan Bosco, San Agustín, San Francisco o Santa Teresa con que nuestro nombre se refiera a la Santísima Virgen María.

    ¿Y ser de los jesuitas?… bueno, eso sí que está muy bien, Jesús es Dios, pero todavía sigue siendo mejor ser Marista. Porque recordemos que cuando los dos pareceres divergen, el Hijo siempre le hace caso a la Madre, como en las Bodas de Caná, porque Jesús es ante todo un buen hijo. Porque aunque se ensalza mucho el amor de una madre como lo más fuerte que hay en la Tierra, existe un amor todavía mayor que el amor de una madre por su hijo: el que tiene un buen hijo por su madre. Mirad a uno de esos buenos hijos -si conocéis a alguno-, cómo mima a su madre cuando se va haciendo viejecita, cómo se alegra y sufre amplificando las alegrías y sufrimientos de su madre; no hay amor en la Tierra como el del buen hijo por su mamá. Ojo, no el de cualquier hijo, sino del buen hijo, y Jesús lo es.

    De hecho, si Dios creó el mundo sabiendo lo mal que le íbamos a responder, fue por María, por el deleite eterno de la Santísima Trinidad en ser Dios su hijo, su padre y su esposo, y porque sabía que eso le compensaría de todo, cuando los hombres le volviéramos el rostro. Por mucho que abominemos y nos den asco los pecados de los hombres, incluidos los nuestros, o nos duelan las afrentas al Sagrado Corazón de Jesús, consolémonos con que Él tiene un remanso de paz y de gozo infinito para descansar: María. Cuando sintamos haber defraudado al Señor, la mejor oración es: _"Perdón, Señor, ten misericordia de mí, pero no te entristezcas, Señor, recuerda que tienes a la Virgen María contigo". Cuando oigamos una blasfemia, digámosle: _"Señor, por cada blasfemia que oigas, recuerda que tienes esperándote un beso de tu madre, la Santísima Virgen María". Cuando veamos lo bajo que cae el ser humano, cuando nos llevemos las manos a la cabeza por los más de cien mil abortos anuales en España, por las guerras, por la miseria, por toda la degeneración de la humanidad, todavía podemos cantar un himno triunfante: "Recuerda, Señor: ¡María no pecó, María obedeció!"