FOTO ARRIBA. Recuerdo aquellas clases de cuarenta y tantos... y aquel olor a goma y hojas de libro. Paredes embaldosadas de color azul claro en su parte más baja y encaladas en el resto. Armarios empotrados con el mismo tono verdoso que las puertas de entrada a la estancia. Un ambiente de estudio reposado lleno de compañerismo y de ganas por saber. Pupitres de madera, algunos desgastados en sus bordes, con sus grandiosos cajones, en donde se unicaban grandes masas de libros Edelvives, blocs en espiral o carpetas azuladas.


Por las tardes, las ventanas que daban al patio, dejaban entrar aquella luz, dorada a veces, de aquel sol tibio invernal. Las carteras se ubicacan a los lados de estos hermosos pupitres, algunas abiertas dejando ver una multitud de hojas, libros o zapatillas de gimnasia.

En las clases de los mas pequeños, las paredes del fondo del aula mostraban diversos tipos de prendas de abrigo.

Aquellos enormes encerados de tono verdoso oscuro, algunos, mostraban la fecha y consigna de la semana (dada el lunes tras el himno a nuestra bandera).

 

FOTO ARRIBA (AMPLIABLE): Esta foto es inédita ya que nunca he encontrado una de una clase ordinaria (de aulas específicas si que hay). Me ha encantado la tarima del profesor. Parece que me haya trasladado en el tiempo y estuviera, en realidad, dentro de una de las aulas de este emblemático colegio, y aunque los pupitres no son con los que yo estudié (eran de cajoneras cerradas, sin visibilidad de su interior) tienen una estructura muy similar a los que conocí.

Comentarios: 8
  • #8

    Cronovisor (viernes, 12 mayo 2017 23:40)

    La clase vacía parece ser una de las de 1ºde BUP, pues recuerdo su suelo negro perfectamente.

  • #7

    civitas (sábado, 25 abril 2015 18:35)

    Yo juraría que la clase de la foto es exactamente la del indio, en la que hacía sus espectaculares esquemas. El indicio está en la puerta tras el sillón del profesor. Parece la puerta que comunicaba 1ºB con 1ºA. También es posible que fuera la de 1ºA, porque también disponía de esa puerta, pero en ese caso sólo daba acceso a un trastero donde el chencho custodiaba algunos balones requisados. Como curiosidad, las llaves de los armarios del centro "Orgegia" (el de las convivencias), servían para abrir precisamente ese tipo de puertas.

  • #6

    J.C. (jueves, 02 abril 2015 14:52)

    El taller de Pretecnología estaba en el sótano de la escalera que daba al Patio Sur, la que estaba más cerca de la parte de la capilla. Se veía un montón de herramientas colgadas, aunque cada uno debía traer su sierra de marquetería y los pelos (rectos o espirales -con los espirales se podía serrar también hacia atrás y de lado-). Cada dos por tres se rompía uno por el calor de la fricción y por las presiones inadecuadas a las que los sometíamos contra la madera, porque se curvaban demasiado.

    Lo que hacíamos allí era la famosa "casa" hecha con madera de chapa, cuyos planos habíamos trazado previamente, y luego tocaba dibujar las piezas sobre la tabla de madera, serrarlas, lijarlas, pegarlas o clavarlas, y finalmente pintar y decorar la casa resultante. El caso es que nunca había tiempo y quedaba como una labor para casa. Resultado: todos traíamos un buen día al colegio para el día de la puesta de nota, unas casas preciosas, demasiado preciosas… ¿No te la habrá hecho tu padre, verdad?… No, no, por favor, me ofende Vd. con esa pregunta…

    El taller era una clase agradable y que se pasaba pronto. Como la labor era mecánica, podías hablar mientras. Nunca tuvieron la buena idea de ponernos música de fondo, aunque no estaba mal ir escuchando aquel ris-ras y el olor a madera cortada, con su polvillo flotando por el aire, que primeramente se había acumulado en la zona de corte… _"¡Eh, no soples el polvo hacia mí!"

    Algunos, cuando traían la casa para nota, era un show por lo originales que eran, porque ponían hasta muñequitos viviendo dentro, un jardincito con columpios, una antena de televisión, un tenderete con ropa tendida… y horteradas así que no eran del agrado del profe, el serio D. Javier.

    En cursos anteriores al de la asignatura de Pretecnología, tuvimos la de Manualidades o Trabajos manuales. Los libros de Eldelvives se llamaban: "Hago muchas cosas -igual que el de dibujo se titulaba "Pinto muchas cosas"- y contenían propuestas de trabajos manuales. Yo sólo me acuerdo bien de lo que hacía en 1º de EGB: recortar figuras en cartulina negra para luego pegar papel celofán de diferentes colores por la parte trasera, para que por delante tuviera el aspecto de una vidriera. Y también hacer un dibujo en una hoja del bloc de dibujo, y luego pegar en las zonas interiores trocitos pequeños de papel charol cortado a mano, formando como un mosaico. (¡Ese agradable olor a pegamento Imedio o Uhu, qué droga!)

    En Pretecnología, también estaba el asunto de la dichosa tinta, que luego continuó en las asignaturas de Dibujo Técnico en BUP. Los rotrings los traían unos pocos y al principio no dejaban utilizarlos, todo eran tiralíneas. Menudos manchurrones, no conseguía que los finales y principios de cada línea me quedaran limpios, siempre se formaba un pegotito de tinta, y entonces intentaba limpiarlo con aquel papel secante color rosa, pero claro, se extendía la mancha, así que ahora intentaba raspar para quitarla, por lo que ya tenía el papel un rasgado que quedaba feísimo, y a veces hasta hacía agujero y se podía mirar por él al otro lado: "¡Hola!". Total, un desastre, y los dedos negros como un carbonero (y creo que voy a decir que no me manchaba la ropa ni las mangas, porque ya a estas alturas alguno me estará llamando guarro y no quiero seguir tirando piedras contra mi propio tejado).

  • #5

    J.C. (jueves, 02 abril 2015 14:35)

    Otros lugares interesantes eran el aula de música y el taller de Pretecnología.

    El aula de música estaba en el pasaje que comunicaba los dos patios (el que estaba al lado de la capilla), y a la izquierda conforme se iba del Patio Norte al Patio Sur. Los bancos estaban dispuestos en gradas, creo recordar, de forma que los más pegados a la pared estaban más elevados, lógicamente. Esas paredes escucharían millones de notas de flauta dulce a lo largo de los años.

    Las flautas eran blanco-amarillentas y también color madera, que creo que eran más caras y tenían como más prestigio, parecías menos niño con ellas o tus padres más ricos por habértela comprado. Las blancas solían tener los dos últimos agujeros dobles, para facilitar la ejecución las notas del do y re sostenidos. Cuando llegabas al do y al re altos (los más fáciles) empezaban los problemas: el mi y el fa altos, en los que había que dejar semiabierto el agujero trasero de la flauta, eran difíciles, porque a veces te salía un pito demasiado agudo o con sonido inseguro y fluctuante. El sol era ya de artistas, y el la alto era impracticable, a no ser que tuvieras mucha potencia de soplido, en cuyo caso quizá salía demasiado fuerte y se te metía en los oídos. El limpiador de la flauta hacía realmente falta, no se usaba lo que se debiera,y de vez en cuando alguna baba salía a ver qué pasaba fuera del instrumento.

    No siempre se iba al aula de música para tocar la flauta, era también muy frecuente dar la clase en las aulas de los pisos, por lo que era normal escuchar los sonidos dulces extendiéndose apagados por todo el colegio y flotando por el aire de los patios solitarios. Las piezas a ensayar eran a veces clásicas pero también populares, del momento, como el "Abuelito dime tú" de Heidi o "En un puerto italiano" de Marco. El "Beltrán", también llamado "el Mc Cloud" (por un detective de una serie de televisión de la época, que tenía bigote cómo él y se le parecía algo) elaboró un cuadernito de partituras con diferentes canciones: La vuelta al mundo en ochenta días, Barcarola (la que muchos años después utilizarían para la película La vida es bella), Ritornello, un tango (el de "mifami remifaami, mifami redomiiiire"), debajo un botón-tón-tón, Arrivederci Roma, etc. Como canciones no estaban mal, pero interpretadas a la flauta dulce… no era algo excesivamente bonito. A mí no me gustaba escucharlas. Al igual que la bolsa de gimnasia, la funda con la flauta dentro era muy normal verla debajo del brazo del cualquier niño que caminara hacia el colegio o saliendo de él.

    En el aula de música también a veces teníamos audiciones, que nos ponía "el Fileto" (apodado así por su parecido con uno de los personajes del programa infantil de TV "Los chiripitifláuticos", que así se llamaba -el cual a su vez, casi seguro que le pusieron tal nombre por su parecido con el personaje del comic de Jabato: Fideo de Mileto-). También en ese aula se ensayaban los villancicos, aunque esto se podía hacer igualmente en las clases de los pisos.

    Íbamos desfilando por la tarima del profesor para interpretar las canciones obligadas y que nos pusiera la nota correspondiente, a algunos les temblaban los dedos, otros se equivocaban cada dos por tres, y en cualquier caso, aun el que no fallaba, tocaba bastante mal, porque no obteníamos los sonidos lo suficientemente puros, y además de uno a otro se fusionaban por no haber aprendido acambiar los dedos rápidamente. Los profesores no nos advertían de estos detalles y se conformaban con que no tuviéramos demasiados fallos y diéramos las notas agudas con cierta limpieza.

  • #4

    cronovisor (domingo, 29 marzo 2015 16:52)

    La foto de la clase en blanco y negro parece ser de una de las de 1º de BUP (1ª planta mirando a la izquierda según se entra en el patio norte desde el hall). Creo que es una de esas pues recuerdo que su suelo era negro o marrón oscuro. En esta pizarra el Hermano Inocencio realizaba todos los días a tiza sus resúmenes de la asignatura de ciencias naturales, incluyendo dibujos a todo color de minerales y partes biológicas del ser humano, animales y plantas. Cuando entrábamos por la mañana, la pizarra estaba cubierta de estos apuntes.
    Después sacaba una batuta, explicaba y después debíamos copiarlo todo en una libreta, que después sería revisada. Recuerdo que la puntuaba sobre 5 y no sobre 10. Lástima que nadie fotografiara para tener un recuerdo de tal despliegue de trabajo y genialidad diaria durante todo el año académico. Descanse en paz el Hermano Inocencio.

  • #3

    J.C. (miércoles, 25 marzo 2015 11:39)

    Otra aula famosa era la Sala de Conferencias, que hacía esquina en el edificio, por lo que se podía ver por las ventanas una amplia perspectiva de General Mola y hasta la calle General O'Donnell. Contaba con una mesa larga sobre un estrado, pizarra, pantalla de proyecciones, y lo más divertido eran los asientos, con aquel sistema de mesitas pequeñas acopladas que basculaban hacia la derecha para poder sentarse, sistema que únicamente lo habíamos visto allí.

    Su olor especial, que no tenían el resto de las clases, te enviaba el mensaje de que esa hora era diferente a las demás, que si estabas allí y no en tu clase, era por algo. En los últimos cursos fue escenario de exámenes, ya que allí nos podíamos sentar bastante separados, por la amplitud del lugar. Pero también sirvió para cosas mucho más divertidas, como por ejemplo, para sala de proyecciones de determinados audiovisuales, tales como un documental en inglés, o una filmación o peliculita (entonces no se hablaba de "vídeos") sobre las tablas de ejercicios gimnásticos en los diferentes aparatos, que íbamos a aprender en tres niveles a lo largo de tres cursos.

    Allí también, D. Pedro Botella (apodado "el Pollo") llenaba la pizarra con su inolvidable esquema de las integrales, que todavía hoy se sigue impartiendo con pocas variaciones. En dos sesiones explicaba todas las integrales a un nivel bastante elevado, y era una clasificación metódica y superpráctica, como no la dan ni siquiera en la universidad. Ya digo, los profesores del Maristas de hoy viven de rentas de aquél croquis tan bien hecho.

    En horas en las que ya era de noche, la sala acogía a los padres que acudían a una reunión con los tutores de todas las secciones de un curso, para abordar cualquier tema o de forma rutinaria. Por los tiempos que eran, en aquellos actos se permitía fumar, y eso daba al aula por la mañana un toque bastante repulsivo al olfato, pero al que ya estábamos acostumbrados.

    Allí se pasaban a veces las diapositivas que ilustraban la asignatura de religión. Llamadme antiguo, pero desde entonces no he encontrado otro método que me hiciera más reflexionar y me atrapara mejor que aquellos pases de diapositivas. En el terreno de la fe, que gracias a la Virgen conservo en buenas condiciones todavía y que me ha ayudado muchísimo en la vida, he intentado cultivarme a través de libros, vídeos, películas, charlas, música, mil medios… pero nunca he vuelto a experimentar esa atmósfera tan pura que se creaba en un pase de diapositivas comentadas por un sacerdote, especialmente por "el cura gordo", D. José Antonio. La fuerza de la imagen, estática, que no te arrollaba como un vídeo rápido de los de hoy, sino que permanecía un rato ante tus ojos para que te adueñaras de ella, te invitaba a la introspección, a la vez que escuchabas el correspondiente comentario a viva voz, todo en un entorno de penumbra. Recuerdo el olor particular del proyector (porque los proyectores de entonces olían a proyector) y aquel continuo "pasa", para que el ayudante de turno cambiara a la siguiente imagen. Desde entonces no he vuelto a toparme con esa facilidad para sumergirse en las grandes preguntas de la religión y de la vida; y es un medio que creo que se ha perdido por la invasión del vídeo. Por ejemplo: _"Aquí tenemos a un chavalín malhumorado y gritando a sus padres, mirad qué cara pone… quizá porque no le han consentido un capricho, o porque no le han dejado irse al cine con su pandilla por haber suspendido Matemáticas. En estos momentos no piensa cuánto le quieren sus papás, no piensa que han dado la vida por él, que se han dejado en él tiempo y dinero, que algún día no volverá a verlos ya... Cuántas veces somos nosotros como este niño malcriado, que ponemos el grito en el cielo por tonterías. Con nuestros padres, sí, pero también con el Señor, que nos quiere como todos los padres y las madres del mundo juntos, y aguanta con paciencia nuestro mal carácter, nuestra pereza para rezar, nuestros pecadillos, nuestras ausencias de un sí valiente como el de María. Así somos a veces, Señor, perdónanos, no nos lo tomes en cuenta porque en el fondo sabemos que tú nos quieres con todo tu corazón…. Pasa."

  • #2

    J.C. (domingo, 22 marzo 2015 22:43)

    En esa clase nos hartamos a medir los tiempos de bolitas cayendo por raíles inclinados, cronómetro en mano. Yo creo que entre todos los cursos, trabajamos más con este material que el propio Galileo, siempre era lo mismo. Y la grafiquita del mru y mrua. Allí nos quedamos boquiabiertos cuando un despertador sonando dentro de una campana de vacío, dejaba de oírse al extraer el aire, o cuando se hacía lo propio con los hemisferios de Magdeburgo, que al quitar el aire del interior no se podían separar, aun tirando los niños más fuertes de cada extremo. O el anillo de Gravesande, una bolita que dejaba de caber por un anillo cuando ésta se calentaba. Tuvimos el lujo de que todo ello nos lo explicara el Hermano Marino, que era muy ameno contando esas cosas. Una vez en clase dijo una frase que no he olvidado, refiriéndose a la precipitación del sulfuro de plomo llamada "lluvia de oro". _"¿Que no habéis visto nunca la lluvia de oro? Un día subimos al laboratorio y os la muestro. ¡VALE LA PENA SER QUÍMICO PARA VER ESO!..." Lástima, no llegamos a verla. Yo sí que la he podido ver después, y la verdad, no es para tanto, pero aquella alabanza la hizo más emocionante de lo que realmente es. Es lo que pasa: cuando alguien que vale para contar cosas, te cuenta algo, siempre supera a la realidad. Eso es lo que es de verdad la literatura.

    Allí recuerdo especialmente una introducción al curso de laboratorio de COU a cargo del Menargues, (el "Serguey"). Se ve que ese día estaba gracioso, el caso es que no parábamos de reírnos; casi nunca sacaba a flote el humor, pero cuando lo hacía era un auténtico monologuista del club de la comedia. ¡Qué risa!

    Dentro del laboratorio, era gracioso vernos a todos enfundados en las batas blancas, era una clase muy especial, divertida. Lo que más me cabreaba es que siempre estaba el compañero de turno al que le salían las cosas y a mí no, o que le salían mejor que a mí. Yo no obtenía producto y el sí, o a mí me salía un poquito de sal de Mohr y a él una cantidad industrial. Siempre me ha dado rabia eso. ¿Por qué es así? ¿O soy yo el inepto? En el taller de Pretecnología lo mismo, en clases de dibujo lo mismo, siempre están dos o tres que lo hacen todo a años luz mejor que tú… bueno, o mejor que yo, a ver si voy a ser yo el que tengo un problema…

    No recuerdo accidentes en el laboratorio, por lo menos en mi turno. Los primeros encuentros con el mechero Bunsen, daban miedo. La mayoría de nosotros no habíamos encendido ni siquiera el fuego de la cocina de casa, porque eso era cosa de nuestras madres (y además cosa de mujeres, perdón por la incorrección política pero ahora estamos en los años 70, se siente...), y era toda una experiencia hacer eso tan peligroso de acercar una llama a un chorro de gas para que prendiera.

    Finalmente, me acuerdo del día de San Alberto Magno, 15 de Noviembre, fecha en que era típica hacer una chocolatada en el laboratorio, en una olla calentada por los mecheros. Privilegio de los que habíamos elegido ciencias, claro está. Los de letras, que hagan chocolatada en Santo Tomás de Aquino, si quieren, pero esto era cosa nuestra.


  • #1

    J.C. (domingo, 22 marzo 2015 22:43)

    ¡Las aulas! (Aunque allí las llamábamos "las clases", lo de "aula" nos sonaba demasiado redicho. Por lo que creo recordar, casi nadie empleaba ese término) . La clase es ese milagro de tener a 30 niños sentados horas y horas, mañana y tarde, cuando lo normal es moverse y gastar energías.

    Cada clase tenía su personalidad. Me ocurre un curioso fenómeno, que si tengo que hablar de las clases, en general, no sé qué decir y tengo que referirme a generalidades obvias, pero si me centro en la clase de 2º de EGB, o la de 5ª de EGB o la de 1º de BUP o las de COU… empieza a arrollarme un verdadero tsunami de recuerdos. Así sí que funciona.

    Entonces, esto va para largo, porque cada clase era un planeta dentro del universo de los Maristas. Vamos a ver, por ejemplo..

    EL LABORATORIO, que aparece en la foto inferior.

    Ya he comentado en otro sitio la fascinación -mezclada con repulsión olfativa- que me causaba el laboratorio cuando de pequeño abría sigilosamente esa puerta misteriosa, al subir o bajar del comedor. En cursos posteriores, pudimos acceder a él. Fue en la 2º etapa de EGB la primera vez que nos condujeron allí para enseñarnos algo. Me acuerdo de que un compañero dijo: _"¡EL LABORATORIO! ¡LA ILUSIÓN DE MI VIDA!". La verdad es que todos lo teníamos como algo "de mayores" y nos sonaba a peligroso, a científico loco que mezclaba líquidos de colores entre probetas y alambiques complicadísimos, para luego explotar y quedarse con la cara negra y despeinado (cuando la principal fuente de información que te llega sobre la vida son los dibujos animados de Merrie Melodies y Hanna Barbera, es lo que tiene).

    La llave del gas que aparece en la foto la recuerdo muy bien. Todavía siento el instinto de peligro y advertencia si me la imagino paralela a la conducción, señal de que pasa el gas.

    Al entrar por el pasillo, te encontrabas la clase para la explicación del profesor, con bancos de alturas ascendentes y una pizarra inmensa hasta el suelo, todo lo que daba de sí las paredes. Eso sonaba mucho a mayores, como que era para llenarla de fórmulas y fórmulas matemáticas y químicas. También estaban la mesa de trabajo, y al lado grifos y tomas de gas para los mecheros Bunsen. En la pared lateral, unas vitrinas expositoras con decenas de aparatitos que nos sabíamos para qué servían.